Hoy, al fin, he mirado el Sol, descorriendo el velo.
Mi mirada surcada va, por un par de ojos dorados.
Por momentos, creí que estaba en el mismo cielo.
Presta estuve a besar, su boca y sus ojos callados.
¡Sus bellos ojos de ámbar enceguecen mi alma!
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Nunca pude imaginar que tanta hermosura varonil,
la hubiese concentrado mi Dios, en un solo hombre.
Más extasiada me quedé, al mirar su trato tan gentil.
Y pensé: no puede haber algo más que me asombre.
¡Engaño en verdad, ya que no había visto lo demás!
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De reparar hube después, en su plateada cabellera,
la que, en forma de sobrio marco, surcaba su rostro.
Y su sonrisa, era su encaje perfecto, quién lo dijera…
A sus pies caí rendida y en devoción, casi me postro.
¡Ante mis ojos de asombro miré la réplica de Marte!.
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Su madurez otoñal irradiaba en mí, una fuerza secreta.
Era su manera de hablar, era su forma altiva de andar.
Y son sus manos de palmas, lo que a mi alma inquieta.
En toda esa loca fascinación, lo que le quiero es amar.
¡La madurez en un hombre, no siempre trae sensatez!
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Ante mí todo quedó develado y no hay ningún secreto.
Con cada gesto, con su sonrisa y con esos aspavientos.
Pude pasear, por su Ser y se fueron mostrando los retos.
¡Alerta! me dije como mujer: Acá, no cabe el desaliento.
¡Por este amor que yo siento, no vivo si me arrepiento!
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La noche llegó de prisa, para afirmar que: era mi encanto.
Cómo nos cambia la vida, si es que nos mandan el amor.
Sin prisa, sin aviso, sin querer y como un trance sacrosanto.
Este amor, trae en su transitar, la fuerza de su esplendor.
¡Aunque su amor no sea santo, me animan sus encantos!
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¡No siempre tienes un Marte y, por un amor como el suyo,
no hay arrepentimientos y no tendría espacio, el orgullo!