Pareciera que el dolor se diluye
a la orilla del río,
con el fluir de sus aguas,
cristalinas, sin fronteras ni límites,
como las palabras y sueños que emergen,
del sonido de libertad río abajo.
A veces me siento volar al borde del arroyo
inundado de su pureza,
como el antídoto a la soledad,
cual si fuera el enigma de otras vidas,
donde se habita al margen del existir,
y transitamos expulsados del centro de su cauce.
Es como escapar del tedio en medio del silencio,
y contemplar los restos del naufragio,
que nos dejó la riada,
lanzándolos al costado de nosotros mismos,
como si la corriente fuera huella de otro torrente.
Quisiera habitar confinado a su margen,
condenado a la paz que sumerge la mirada,
en la majestuosidad del verde que ocupa sus orillas,
que desborda el placer del cuerpo,
anhelando ser océano,
donde mi palabra sea ola,
y mi deseo su espuma.