Ente mis manos, dalias y claveles,
espléndidos, despertando fuentes de fantasía,
mientras el sonido del reloj,
da fulgor a la melancolía,
hay sabiduría en este simple momento,
donde la sombra de las flores sobre mis manos,
detienen el duelo de los días que mueren,
porque la ilusión migrante,
me lleva al niño que espera en el cuarto.
Un niño dormido como celestial criatura,
examinando el más esperanzador de los sueños,
sin sobresaltos ni temores,
enriqueciéndose en la sabiduría del silencio,
que inspira visiones,
de un mundo sin fin,
de una humanidad sin odios.
En la habitación,
se escucha el llanto monótono del árbol,
asustado frente al viento que sopla con rabia,
como acompañando la lluvia que llega entre sombras,
anticipándose al cansancio de campanas que anuncian,
el deceso del día.
También hay sabiduría en esta hora de muerte,
antes de que el sol nos niegue la luz,
y la sombra de la luna tome posesión entre sueños,
como entregando su poder a la melancolía,
rindiéndose ante la hora pálida del día,
ante la dalia y el clavel que continúan en mis manos,
espléndidos, llenos de memorias,
vaticinando el regreso.
La sabiduría de rememorar mientras se olvida
porque las flores siempre brillan como antorcha
la sabiduría de sobrevivir de tus ancestros
porque las flores son el lenguaje de lo bello
la sabiduría del silencio que se escucha
por qué las flores son la voz del alma pura
la sabiduría de ver, aunque estes ciego
porque las flores son visión con su aroma.