Esteban entró en su habitación, alrededor de su cama desde el suelo hasta el techo se erguía un descomunal mueble a simple vista lleno de libros de pasta dura, como las enciclopedias que en los años cincuentas se vendían casa por casa, se recostó y un suspiro profundo le regaló un minuto más de vida, cuantos sueños , cuantas vidas había vivido en una sola existencia, cincuenta y dos libros cada año desde que tenía ocho, por sus ojos habían pasado grandes plumas que describían el mundo y su belleza, también la crueldad y la manipulación de los hombres, miró su techo y recordó esas tertulias que se festejaban en el patio de su casa, el vino, la guitarra, los amigos; había dicho que era poeta, eso le daba un punto extra con las damas de su pueblo que querían como casi todas las mujeres ser inmortalizadas en las letras de alguien con un mínimo de talento y un poquito de fama. Esteban tenía dos libros, en las pastas figuraba su nombre bajo los títulos “Poeta latino” y “Un dandi en parís”, el lugar ideal que encontró para guardarlos fue bajo su almohada, fueron los únicos libros que conservó después de mandar su biblioteca al reciclaje, pues ahora todo lo encontraba publicado en internet, la decoración de su cuarto le recordaba la riqueza que tenía dentro de su cabeza.