Que feliz yo era con tu coraza dorada
si me llego a imaginar no la tocaba.
Que feliz yo era, cuando te abrazaba
y tu sonrisa mis ojos arrullaban.
Que feliz yo era al degradar el tiempo
ante el flujo cálido que tu luz radiada.
Cada punto de oro,
con las hebras de mi alma yo amarrara.
Uno a uno mis dedos, como suave manta,
arrastrarían el sol para que brillaras.
Si me llego a imaginar, hubiese cegado mis ojos,
con la hiel que emanas.