Inmensos son los sentimientos de encono
que te tenido por el espía de tus travesuras,
el invasor de tus sueños, de tus suspiros y de tu llama,
que contener no pude el deseo
de pretender la dicha de aquel agraciado
y osadamente me dispuse temerario
a hacértelo saber de este modo con sutileza...
¿cómo pudo él irrumpir en tu sien,
para adueñarse de tus pensamientos?
así, que haciendo uso de mis mejores proezas,
me atreví a dirigirte mis versos... Reina bella.
Él… acusado de ladrón, -al sorprenderte-,
y tú encumbras su terneza y confianza,
y ofreces caminar con él por la eternidad
si fuera posible… sin miedo al extravío.
Lo sentencias a ver siempre tu luna
y hacer fluir el amor en ti con versos,
unificando mutuamente sus firmamentos
para que te ame como a nadie.
Bienaventurado es aquel que robar puede
a tu corazón sin tanto esfuerzo,
yo inquinado me domina el encono
por la dicha que del cielo se le otorga.
Él puede juguetear en lo sidéreo,
de tu espacio y tú con placer se lo consientes,
a mi alma llena de tirria la derrites
al mostrarle tanta aquiescencia.
Casi al instante le ofrendas amor por siempre,
aunque sabes que el precio serán las congojas
y pronto sientes que en demasía lo necesitas…
dichoso él… y todo porque es cortés.