Lourdes Aguilar

LA BRUJA DEL MAR III

 Irene seguía nerviosa, mirando insistentemente hacia atrás, pero no lograba articular más palabras hasta que la Bruja, tomándole la mano le preguntó: ¿qué pasó? Ese toque mágico le hizo tomar aire y dijo despacio pero audible:

-He asesinado al oficial, al sentir sus asquerosas manos apretujándome y su aliento impregnándose en toda mi piel… perdónenme, no lo soporté, le he rebanado la yugular con la cuchilla del sostén cuando más ansioso estaba y no tardarán en alcanzarnos.

 Después de eso empezó a llorar desconsoladamente.

Era grave, los soldados conocían la camioneta, yo sentí que sudaba frío, nadie osaba romper el silencio, con un catalejo que alguna vez compramos Guido enfocó el motel que habíamos dejado atrás.

-Se mueven…

 Diego sin pensarlo aceleró, no tenía caso disimular, pero no había cómo huir, la carretera se adentraba en un desierto, imposible escondernos, imposible camuflarnos en algún paraje a tiempo, imposible tampoco regresar al poblado, Diego aceleraba mientras atrás las camionetas de los soldados también lo hacían, llevábamos ventaja, pero no por mucho tiempo, en pleno desierto, con tan solo algunos montículos esparcidos y cerros pelones en el horizonte Diego se detuvo y nos ordenó:

-¡Bájense inmediatamente!

Lo observé azorada y él, mirándome inflexible agregó:

-¡Todos! ¡saquen lo que puedan y salgan!

Barrilito y Paula reaccionaron enseguida tomándome de los hombros antes de que me aferrara a él y aunque forcejeaba ellos ya habían logrado sacarme de la camioneta mientras los demás aventaban aprisa lo que pudieron y saltaron fuera, después de eso Diego retrocedió, giró bruscamente y en velocidad ya puesta arrancó hecho un bólido contra las camionetas que ya se acercaban también a gran velocidad.

 El impacto fue brutal, densas llamaradas y humo negro ensombrecieron el cielo, me habían soltado e intenté correr pero solo pude exhalar un agudo grito que me venció desplomándome en el pavimento, sentí que mis entrañas se desgarraban…sin un beso o abrazo de despedida…quería estar entre esas llamas, consumirme junto al amor de mi vida… ni siquiera podría reconocer su cuerpo chamuscado entre los fierros…en mi oído sordo se replicarían por días el impacto de los vehículos sobresaltándome. No había nada que hacer, yo estaba como enloquecida, exigiendo a mis piernas correr hacia los vehículos en llamas pero no me obedecían, trataba de arrastrarme sobre el pavimento gritando y llorando hasta quedarme ronca, sentí que me levantaron, Barrilito me cargó mientras yo estiraba los brazos hacia donde había quedado el mártir mientras los demás, recogiendo lo poco que nos quedaba comenzaron a caminar siguiendo como autómatas a la Bruja del Mar quien entonando melodías que más bien parecían rezos en alguna lengua desconocida nos fue guiando entre la penumbra que empezaba a rodearnos.

 Irene se sentía culpable por lo sucedido y debo confesar que mi dolor se volvió contra ella y contra Maurini quien trataba de consolarla, era injusto de mi parte pero no me importaba, los veía juntos y los envidiaba, fueron durante mucho tiempo mis hermanos,  vivimos intensamente, los había amado en el pasado compartido, pero los odiaba por lo sucedido en el presente, su unión hacía más dolorosa mi soledad y lo sabían, por eso me evitaban, mi mente me atormentaba pensando que si no fuera por ellos dos Diego seguiría vivo, que no merecían tal sacrificio, Barrilito y la gran Paula se esforzaban en hacerme entrar en razón recordándome que fue Diego quien tomó la decisión, pero yo no quería entenderlo ni aceptarlo, tampoco podía justificar el atrevimiento de Irene al asesinar al oficial o el asco que debió soportar al sentir su cercanía, su aliento y sus manos sobre su cuerpo entregado por entero solo a uno, en esas circunstancias comenzó nuestro peregrinar miserable a través de los paisajes desolados del desierto, nuestra única esperanza ahora era la frontera, pero a mí ya nada me importaba, cada día acentuaban mi aflicción, yo solamente deseaba reunirme de nuevo con Diego, dejándome morir poco a poco e incubando rencor contra Irene y Maurini en tanto mi familia de años sufría penurias y tristeza sin poder ayudarme, la Bruja del Mar cantaba cada noche himnos extraños, su piel se había resecado y obscurecido debido al sol intenso, con el paso de los días, le costaba cada vez más trabajo orientarse en el inhóspito paisaje de cerros pelones que habíamos alcanzado, llevábamos desde el accidente sin alimentarnos, apenas consumiendo insectos y bebiendo el líquido que almacenaban los cactus o que ella lograba descubrir después de mucho andar; Barrilito había perdido la alegría, Paula se sofocaba en las caminatas, Guido debido a su estatura también se agotaba y un día, cuando se recostó a descansar en una roca fue picado por una araña, no supimos que tan grave era hasta que murió en medio de fiebres esa misma noche con la pierna y el torso gangrenados, lo enterraron en la arena y rezaron un rosario por su alma mientras yo seguía enfrascada en mi dolor hasta que, una madrugada, mis fuerzas llegaron al límite, tomé un cuchillo dispuesta a cortarme las venas cuando sentí la mano suave de la Bruja del Mar mientras me decía:

-Todos lo extrañamos

Su intervención me sorprendió pero también me molestó por lo que le increpé llena de rabia:

-¿Y usted qué sabe? ¡No es justo!

Igual que había hecho con Maurini tomó mi cabeza con sus dos manos obligándome a mirarla directamente a los ojos.

-¿Qué no es justo?-preguntó con voz suave pero firme

 La penumbra no impidió verme reflejada en ellos, eran como un remanso claro, como un espejo donde mi odio y tristeza chocaron y se regresaron hacia mi como un veneno que empezó a retorcer mi estómago, sentí náuseas, me sentía sucia y malvada, tuve que salir a vomitar en arcadas un líquido verde y pegajoso.

Ella se acercó lentamente mientras yo caía de rodillas en el umbral

-Él decidió darnos una oportunidad cuando todo estaba perdido, ¿la desprecias?

Gruesas lágrimas bajaban por mis mejillas mientras balbuceaba:

-Eso no hubiera pasado si…

-Si el muerto hubiera sido Maurini o Irene, pero Diego no les reprochó nada, ¿por qué lo haces tú?

Se agachó junto a mi, rodeando mi espalda con su brazo lo sentí ligero, fresco igual que el rocío mañanero y así serena pude por fin meditar, recordando sus últimas palabras, su última mirada que fue para mi ¿cómo poder sostenerla si hubiera consumado mi suicidio? su amor incondicional era para todos pero especialmente para mi, empezaba a entender su sacrificio y su amor, un amor que venía del infinito y me empapaba el alma, el mismo amor que sentían Maurini e Irene, el mismo que permanece cuando es puro y sincero, y esa pureza y esa sinceridad surgieron como una hermosa luz entre todos mis destructivos sentimientos porque de alguna manera Diego estaba presente en ellos al recordarlo, su último deseo fue que siguiéramos vivos como la familia que siempre fuimos y no, no podría defraudarlo,  con Diego compartí intensamente la mejor etapa de mi vida, me esperaba sin duda, pero no de esa manera, no violentamente, no ocasionado más sufrimiento a quienes me rodeaban, me dejó su amor para que yo pudiera seguir amando, la Bruja continuaba en silencio, me sentí débil cuando retiró su brazo, creo que me desmayé, era como haber estado cargando un pesado fardo que minaba mis fuerzas y al verme libre de él por fin pudiera descansar sin pesadillas, porque esa noche por fin hallé paz: me vi como siempre rebuscando frenéticamente entre los fierros retorcidos de los vehículos el cuerpo de Diego, pero todos eran grotescos zombies ennegrecidos que se burlaban y reían,  no me quería dar por vencida aunque bien sabía que Diego no estaba entre ellos, él me observaba radiante y hermoso flotando sobre un barranco al lado de la carretera, más adelante, sobre la mencionada carretera y envueltos en una tenue neblina estaban Irene, Maurini, la gran Paula,  Barrilito y la Bruja del Mar esperándome, al percatarme de eso miré hacia el barranco, un delgado hilo de luz me unía a Diego, entonces comprendí que él no podría continuar su viaje hasta que yo aceptara volver con mi familia, así entendí lo egoísta que me había portado con Irene, al hacer de su amor por Maurini blanco de mi frustración e ignorar por completo a quienes eran por mérito propio mis padres y maestros, la Bruja tenía razón, Diego me amaba aún en su muerte y lo que yo hacía también le afectaba, por primera vez en esos días difíciles pude sonreír y dejando los restos donde Diego había perecido avancé hacia mis seres queridos y no volvía escuchar más el estruendo de los carros al chocar que me había estado atormentando todo ese tiempo, Diego fue empequeñeciéndose hasta hacerse un puntito de luz que se difuminó en el resplandor tenue de la mañana siguiente. 

Al despertar me dirigí hacia Maurini e Irene que apenados se levantaron para retirarse, pero yo, tomándoles las manos y bajando la mirada les pedí perdón, les dije que seguíamos siendo hermanos y que Diego no quería que nos separáramos, Irene me abrazó con fuerza diciendo que lo sentía mucho, que nunca debió haber escapado de aquél motel, pero yo, secando sus lágrimas le dije que la entendía y que en su lugar yo habría hecho lo mismo, Maurini nos abrazó conmovido y le dije que me alegraba verlos juntos y que disfrutaran sin pena de su amor pues nada tenía que reclamarles; todos nos observaban aliviados y fue suficiente para recuperar el aliento y seguir nuestro camino.

La frontera podría ofrecernos cierta seguridad, pero llegar a ella representaba cruzar kilómetros de desierto, no había opción, era llegar o morir, no había alimento, una lona rescatada de la camioneta a duras penas nos cubría a todos del inclemente sol, algo de ropa, unos cuantos utensilios, algunas herramientas simples, sufríamos, pero éramos nuevamente una familia y yo pude salir de mi mutismo, compartir nuestras penurias atenuaba nuestra situación y mejoró nuestro ánimo; teníamos el cuerpo lleno de quemaduras, llagas y costras de mugre, aún así la bruja del mar no había perdido su porte elegante, caminaba erecta, mirando firmemente hacia adelante, de cuando en cuando se volteaba a mirarnos, enigmática, como una pantera mira a sus recién nacidos cachorros indefensos y continuaba su camino, el sol había dañado su piel, pero de alguna manera controlaba su calor interno para no sudar sino más bien desprender un leve vapor, su energía nos sorprendía y nos arrastraba a seguirla aunque fuera tambaleándonos, tropezando, hasta Barrilito trataba de ser alegre aunque sus ojos delataran su cansancio, en algún punto nos detenía para permitirnos descansar, luego masajeaba nuestros pies adoloridos antes de continuar, en el transcurso comíamos hierbas e insectos, a veces alguna iguana y la Bruja del Mar se las arreglaba para conseguirnos agua limpia que a era prácticamente la que nos mantenía vivos.

Irene estaba muy débil, todos nos turnábamos para ayudarla a avanzar, pero no fue suficiente, las heridas que se había hecho al cortarse cuando salió por la estrecha ventana se habían infectado, faltaba aún mucho para llegar a la frontera, alrededor solo habían rocas y arena hasta que la fiebre le impidió seguir, fue la noche que la Bruja del Mar desapareció. Nos acostamos sabiendo que ella permanecería en vela todavía un rato más, pero al amanecer no estaba y, como no regresaba Maurini se quedó con Irene y los demás comenzamos a buscarla diferentes direcciones sin resultado, volvimos uno por uno desolados al campamento, Barrilito de último y muy emocionado que había encontrado una gran cueva con abundante agua en el interior, algo improbable en esas tregiones y le creímos presa de alguna alucinación, pero tanto insistió que entre todos ayudamos a cargar a Irene y lo seguimos.

Lo que vimos nos dejó atónitos: entre las rocas había una entrada que bajaba como garganta conduciendo a una caverna, la cual se iba ensanchando conforme avanzábamos hasta abrirse en una amplia cúpula conde efectivamente encontramos un estanque con agua cristalina en cuyo interior nadaban algunas carpas, sin embargo, a pesar de hallarse ésta caverna bajo la superficie no estaba completamente oscura, una tenue luz proveniente posiblemente de agujeros en la superficie permitían observar los contornos, la roca era lisa y clara lo cual contribuía a su iluminación, con profundo agradecimiento nos acercamos al estanque, bebimos y nos aseamos con respeto pues no queríamos enturbiar un agua tan cristalina ni hacer ruido en ese recinto que parecía regalo del cielo pues las carpas no huyeron ante nuestra presencia, más bien parecían estar ahí precisamente para saciar nuestra hambre, para bajarle la fiebre introducimos a Irene en la orilla hasta que el agua la cubrió completamente, fue acertado, pues tanto la fiebre como las heridas infectadas cedieron, recuperándose poco a poco.