Hay un eco de rosas marchitas,
y un túnel empapado de pájaros
allí donde conviven los huesos
y el desamparo. Las avenidas
se llenan de trajes sin cuerpo,
y las ajorcas y los anillos, funden
su secreto en el fuego.
Hay un elixir que no engaña
una estufa demacrada y tierna
un verano de leña y de sombra,
distantes en la explanada.
Hay un sistema de antiguas poleas,
donde ruedan todavía los pies y las mareas,
en que los dedos se agolpan y trastocan
como ceniza de un baño público.
Un río de palomas alcanza su cenit,
bajo los roquedales y las piedras emergidas,
sobre el lecho muerto de un estanque
donde se asoman las voces de los niños.
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