Caminar las llanuras
y escalar las alturas
de la vida,
trepar sus cimas,
pasear por bosques,
entre cuatros y violines,
retar su arcano tiempo,
observar el horizonte,
es la bendita gesta
de la edad,
que se corona,
día a día,
tras la oportunidad
que refleja la aureola
que ilumina la senda
del hito universal.
En este transitar
cumplir setenta años
es cosecha primaveral
que, aunque otoñal,
es regalo de Dios,
en el jardín terrenal.
Llegar con la vista clara,
con las ganas encendidas,
a este pedestal,
es atalaya de estrellas,
que guía floridas faenas.
Llegar contento
a este bíblico encuentro,
es percibir
nuevos vientos,
que soplan fe y sustento,
soñando y haciendo.
Miles de millas,
que marcamos,
desde que nacemos
hasta que llegamos
al nuevo cumpleaños,
y si contamos
con voluntad,
alcanzaremos
más aniversarios