Nació un espejo
remoto averno
era soslayo de nubes
o nieves. Quebradizo
en la eternidad del lamento:
sugerencia del crepúsculo
externo. Oh, variopintos
y excelsos caminos de gloria!
Cuánto pude dar, en la ofrenda
holocausto del día a día!
Pero nació ese espejo
reflejo de un cristal partido,
gestando el abismo
entre mi cuerpo y yo.
Era hermoso mi cuello
su sombría bufanda raída,
el músculo según el cual
acariciaba las nubes, o terminaba
de leer el viejo manuscrito.
En ese objeto sagrado
se escuchaban muchos balidos
de oveja, y singularmente
aplacaba la fiereza de mi cuerpo.
Mas algo se rompió, secreto
taciturno, hombría desolada,
por un reflejo inexacto, cumplí
mi mayoría de edad.
Respeté el sinónimo, la simetría
cuerpo mente luego de observar
el rápido castigo de las básculas
improcedentes, busqué, en mis armarios
delicadas ropas con atuendos deificados.
Y tener un sueño, era la glorieta
que me esperaba más lejos de mi signo.
Santificado tú, oh proceder exiguo,
de carámbanos de hielo putrefactos,
hasta la inacción de los sueños iracundos!
Mentí al corazón de los dioses
y busqué un reflejo de mí mismo
por los árboles contiguos.
Parques y subterráneos frenéticos,
donde se amolda la hogaza nocturna,
y en donde golpea un niño
su vocación instintiva.
Las teclas del ordinario crepúsculo
trataban de situarse por encima
del horizonte naufragado.
Sándalo de oriente, tu propia
incisión de relámpago oblicuo,
de tersura libidinosa,
con que rompiste el espejo
y santificaste tu vida-.
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