-oh tiernecita mía-
¿cómo puedes tú sospecharlo siquiera?
-no es por la melodía de tu acento-
no son los témpanos de hielo en tus labios
cuando sonríes angelicalmente
-no es el incienso con que arremetes-
ni siquiera es la pureza
de tus años primaverales
no son los íncubos que merodean
tus horas macilentas
-no es tu silencio cuando estás en agonía-
no es tu rostro de tristeza
-no es la añoranza de tu infancia-
ni las laceraciones en tu memoria
eres tú -tan sólo tú-
tú eres quien me complementa
-tú y la forma impertinente
con que haces cosas buenas-
tú y tu dignidad que me mata
y me arrebata para seguirte a donde vayas