Alberto Escobar

Vuelvo a ti

 


Eres una centella
en el anchísimo pecho
de la noche, yendo
de una a otra oscuridad. 

—Antonio Gala. 


Mi padre me dijo un día
que la noche es una cueva, 
un pasadizo por donde surgen,
de repente, de improviso,
alimañas hambrientas de cariño. 
El mercado es un concierto
de símbolos, un gran pulpo
con tentáculos invisibles 
que se prende de los ojos
y se alimentan de la inconsciencia
del que pasea por sus aledaños. 
Cuando tengo frío me acuerdo 
de ese día, en plena noche, tres y media
o algo así de la mañana, y ningún tren
despierto —todo era desolación. 
El alma es un cajón de sastre.
Todo aquello que no sabes dónde colocar, 
cualquier cabo suelto, entre una milicia
de cachibaches, tiene allí su morada, 
en ese cajón que nadie estima 
pero al que todo el mundo acude 
alguna vez en la vida, un desastre...
Las manzanas me gustan, pero rojas. 
Las manzanas amarillas no llegan 
a ser manzanas, se quedan en el intento. 
El otro día me llamaste. 
Una girnalda roja se cruzaba a través 
del frío maderamen de la estantería.
Eras tú, tu voz, tu terciopelo deslizando
el débil equilibrio de la noche, eras tú,
tu cansancio a punto de hallar refugio,
tus dudas conduciéndose a través 
de las ondas hasta la sequedad de mi oído. 
Nunca me han gustado los billetes
de cien euros —no pesan, se extravían
entre los recovecos del bolsillo derecho
de cualquier pantalón vaquero—, no valen
lo que pesan, y eso me hace mirarlos de reojo,
como si su estampado fuese una ilusión, 
una impostación como la de las voces
de los actores de doblaje, una pluma al viento. 
Vuelvo a ti, porque me pierdo.
Sé que será un día precioso, flamante
con tu falda negra, elegante, como tú eres,
con tu magia poblando el aire, llenándolo
de tus ganas de vivir, de tu rebeldía, de tu...
Me gusta mirar por la ventana —será 
que me gusta ver a lo lejos, supongo,
será por la presbicia, será porque imagino...
Sigo pensando en ti, para no perderme.