Eramos interioranos, nada sabíamos
de estero de manglar ni de mareas.
Eramos una familia, nuevos pobres,
atrás había quedado el lujo, el derroche
de tiempos de adinerados,
lo que más había entonces eran necesidades
diez hijos y doce barrigas que había que llenar.
Mi padre con sus ahorros
una casita de ladrillo pudo comprar,
y al manglar fuimos a dar,
a trabajar con constancia con amor
y con entrega, era muy dura la friega.
Recuerdo cuando llegamos,
con todos nuestros peroles
ya la tarde era caiday la noche se venía,
no habían comprado bombillos
y de tiendas no sabíamos,
así que en tinieblas
pasamos la primera noche.
Asomados en oscuras contemplamos
asombrados como poco a poco
las calles de agua se iban llenando
hasta quedar en medio del Estero Salado
Era todo un espectáculo.
pero solo para verlo.
Entonces sucedio aquello
que recuerdo impresionada,
como no había luz por el bombillo olvidado.
al cepillarse los dientes lo hicimos en la ventana,
y de pronto plash, la olla que contenía el agua
destinada a nuestro aseo
¡se cayó por la ventana!
Y qué hacer si era la olla
destinada para cocinar la sopa
que todos aprovechariamos.
Mi padre muy enojado
a mis hermanas mayores
mandó a rescatar la olla.
Eran tres, la Yoli. La lupe y la Nela
que con el agua a la cintura,
perseguían a la olla
que se iba, que se iba
empujada por la fuerza de las aguas
que traía la marea, lloraban
lloraban de coraje y de miedo
nunca habían pasado´por
sordido acontecimiento,
buscaban el recipiente
iban las tres abrazadas,
la encontraron , si, la encontraron
atras de una escuelita
más alla de trescientos metros
en esa noche callada, oscurra
y de marea alta , mis hermanas abrazadas
en un gesto de cariño
rescataron nuestra olla.
A la mañana siguiente ,
fue hermoso conocer el verde espeso
del paraje impresionate
del manglar y del estero.
Tenía apenas cinco años
y lo recuerdo tan claro
como si lo hubiese vivido ayer,
un momento de mi infancia.