Oh Amor, cruelmente retrasas los pasos de mi amada,
negándome la certidumbre de su presencia,
tétrico quedo, expectante con mi alma que se inquieta
y mi mente decide acompañarse de la tristeza.
¿Será acaso que no vendrá? Si con frenesí
añoro su advenimiento en mi corazón,
las penumbras disipan a los sueños en mi cognición,
timorato dejo morir a mis anhelos de esperarla
y discurro en afirmar que nunca podré tenerla
del modo excelso que planificó mi estremecimiento.
En las hojas que el viento arrebata en su furor,
visualizo su ausencia y me gobierna el malestar.
En cada despido del astro rey, más la añoro…
¿Acaso mi amada, no vendrá aunque le clamo?
Ninguna filosofía y teoría logrará explicarme,
las razones de esta disyunción que inicuamente y con perversión
el destino consiente, sólo para negarme
la consumación de entregarle el corazón
a mi amada, que seguro estoy en afirmar
que me añora tanto como la he llegado a añorar
y creo que allá donde ahora está también ha de buscarme.