Dentro de la habitación:
Insomnio de palomas disecadas.
Sombras a pleno rendimiento:
Metalurgia de la memoria
en estructura de techos altos
e inabarcablemente fríos.
Planchas gigantes y quejosas,
dentadas correas rezuman
corazones de culpa o humo
entre estertores y relámpagos
sin gravedad.
Lunas/es de cocaína ante un descolorido
calendario de antiguas amantes
ataviadas con lencería roja
e inerte expresión. Fluye
sudor ácido y terrible,
desbocado bajo las sábanas
y sobre las sucias sienes
de los protagonistas
del último remake del inframundo.
Fuera de la habitación:
Un gato negro y viejo
(más viejo que negro)
araña suavemente la puerta.
Clamando en voz baja
su oficio de ángel nocturno,
su incuestionable derecho
a arroparse junto a los pies
de su mejor amigo,
en su penúltima muerte.