OSCAR LUIS GUZMAN

MI ÚLTIMO CONSUELO (c)

                                             

Yo sé que me entregó ella lo más bello:

Su juventud, sus sueños,

Y la esencia intensa de su encanto;

el paraíso de un jardín de ensueños:

ilusiones, quimeras infantiles, fantasías...

Y eso no tiene precio...

Pues todo eso lo he gozado. Mucho lo he gozado...

Me hizo muy feliz por muchos años.

 

 

Desde un principio, fue mi impresión,

que vivimos un profundo romance,

donde hubo muchos besos,

ternura, pasión, caricias, palabras de embeleso.

 

Se convirtió en la musa de mis mejores melodías,

fue la inspiración de mis poesías y mi razón de ser;

era ella mi alegría; fue la esperanza

donde fundé mi re-encontrada fe, mis ilusiones...

 

Y claro que no hubo solamente

los melosos cuadros de las nuevas parejas

que en los parques se ven.

Nuestros sueños, no sólo fueron sueños,

fueron realidades de materia prima.

 

Así como hubo amor, hubo durezas.

Todo lo bueno cuesta. ¿No es así?

El empleo, la escuela; la presencia de mis hijos;

Que celaban lo nuestro y mi tanto cariño que senti por ella…

 

Luego, las amistades, la religión…

la magna preocupación sobre los gérmenes…

De ahí que nacieron tantos desacuerdos,

pleitos, escenas de coraje; celos, distanciamientos;

todo aquello que finalmente llega a concretarse

en el trago más amargo de nuestra humanidad.

 

¿Que fallé?

Muchas veces.

¿Que fui insensible a sus necesidades?

No sabía.

¿Que no la comprendía?

Estaba ciego.

¿Que dude a veces de su integridad?

Era un miope.

¿Que controlé todo aspecto de su vida?

Fui un imbécil.

¿Que inmensamente la celé?

Soy egoísta.

¿Que fui grosero, impertinente, necio,

pendenciero, imprudente y prepotente?

 

No hay excusa de serlo.

Le fallé. Le fallé muchas veces.

 

Ella era a penas una florecilla tierna y dulce;

amable hasta no dar.

Y yo un salvaje orangután

que arrebató su tallo del jardin,

y con mis burdas, manos mutilé sus pétalos

para gozar de la miel de su pureza,

y hartarme de su amor en un bocado...

 

Fui impune cazador

que al contemplar a un pequeñito colibrí

gozando de libertad en el magno universo de las flores,

lo atrapé entre mis redes seductoras;

y lo hice preso en una jaula de oro;

sin pensar que hasta el oro puede llegar a ser una semilla del dolor.

¿Del dolor? ¡Que simpleza!

Del dolor más inmenso que jamás se pueda soportar.

 

Mas, para el colmo mío, y para su provecho,

yo mismo abrí la jaula de las rejas de oro

y  se escapó un cruel día cuando aprendió a volar.

Y sus encantos le llevaron lejos,

y volando voló hacia un lejano mar.

 

Y no sé que pasó.

Cerré los ojos por un segundo

y al abrirlos todo era diferente.

Ya no era parte mía... ¡Ya no era parte de mi vida!

 

¿Qué, nada cuenta de lo que habíamos hecho?

¿Qué, nada valen aquellos juramentos

ante la iglesia, la familia, amistades,

y especialmente ante el Dios en el que ella y yo creemos?

 

¿Qué, ya es tan tarde

que no puede ella escuchar mi lamento?

¿Qué, está tan lejos ya, que no ve mi tormento,

y ya no alcanza a ver lo que dejó atrás?

 

No obstante, la puerta y el candado de aquel hogar

lo quité, ya no existe, y quité las ventanas, y las rejas

para si un día, por accidente, decide regresar...

 

Yo ya no soy el mismo.

Mi arrogancia se ha quedado ya lejos.

Mi carácter se ha desvanecido.

Mi entusiasmo está muerto, y ya ni sé quién soy.

 

Yo sé que talvez ella sienta que la he ofendido tantas veces

que no cuenta pedirle ya perdón,

y ya no cree en mi arrepentimiento.

Pero insisto, por todo lo de ayer,

en pedirle a ella y a Dios diez mil disculpas.

 

Mi peor pecado fue, tal vez, amarla inmensamente…

Y en mi egoísmo humano no quise compartirla

con nadie que fuese a separarnos.

Tuve miedo perderla y la perdí.

Tuve el temor de envejecerme solo y solo me quedé...

 

¿Mas, qué puede hacer el hombre

cuando el castillo que con sus manos ha formado

con una tempestad ha sido derribado?

 

¿Qué puede hacer un jardinero

cuando el jardín que con tanto esmero

habían sus manos creado

un huracán lo ha dejado destrozado?

 

¿Qué pudiera yo hacer para que regresara?

Ya lo he tratado todo y en vano han sido todos mis esfuerzos.

Por tal, no queda más que hacer, sino esperar...

Mis acciones ya no cuentan...

así que sólo en la oración encontré mi refugio final;

aunque no encuentre paz; aunque no halle consuelo.

 

Pues bien, haré lo que todo hombre de razón

cuando aún tiene corazón... debiera hacer:

Poner mi alma hecha pedazos en las manos de Dios.

El es el único que puede repararlo.

El nos creó, El nos hizo, El inventó el amor, el dolor y la esperanza.

y en sus manos está cuando se nace y cuando muere.

Mas mi ventana todavía está abierta, mi corazón espera

hasta que un día sus alas vuelen en dirección

al nido que dejó solo, triste, abandonado.

El nido aquel, que quizás aún recuerde...

El nido que fue un hermoso hogar.

 

*