Luis 091

Forrest Gump y los regalos incómodos

Como Tom Hanks en Forrest Gump
cuando al fin dejó de correr,
un día decides que ya está bien,
que ya no hay cuerpo ni alma
que soporte tanta carrera inútil,
como si el camino se volviera
de repente una jodida pared
vertical, como cien caimanes
mordiéndote los talones
o los callos afeando al mismísimo corazón
Como si ya no te quedara
un solo hueso por romperte
y aún no has llegado a ningún sitio
donde tumbarte bajo cualquier amable lluvia
primaveral y mirar la vida
como un cuadro que se pinta a sí mismo.
Recuerdas ayer cuando esprintabas
hasta la misma pechera de tu dios,
cuando bailabas en alucinados círculos
sobre el hígado enfermo del mundo,
y los semáforos en rojo, las calles prohibidas y las trampas
lubrificaban tus células de guepardo
o de joven tigre enjaulado.
Como cuando aterrizabas versos
tras aquellas memorables duchas de luna llena
o habitabas ese viejo piso
sin dirección, de interminable pasillo,
y sus infinitas habitaciones con el cartel
en sus puertas de no molestar;
pero a tu paso se abrían
y en cada habitación clavabas tu bandera
a la velocidad de los que no saben
retroceder ni conjugar las estancias.
Porque nunca supiste vivir sin correr
y sueñas que corres,
pero ya solo sueñas
porque el flato acuchilla el motor
gastado de antes
y los pulmones explotan.
Y es entonces cuando alguien te ofrece
te regala unas nuevas zapatillas
y te dice que hay que morir corriendo,
pero tú le dices que ya has muerto
demasiadas veces, que el problema
son el puto sobrepeso de tu alma y tus pies,
que es hora de dejarte volar por la gravedad del sol.
Y esa persona te dice que solo vuelan
los pájaros y los aviones,
que tú no eres un pájaro ni un avión
ni estás muerto aún,
que son zapatillas mágicas.
Suspiras y ríes, te vuelves y revuelves.
Pero aun así aceptas las dichosas zapatillas.
Y por un momento ya no te duele nada.
Reconoces que son hermosas.
Y aunque sabes que son de mentira
te las calzas una vez más
por ella, solamente por ella
(y a lo mejor también un poco por ti)