Pampa Dormida-Luis

PLEGARIA DE DOMINGO

POR EL PERDÓN

Qué fácil es decir para afuera lo más difícil de cumplir en la realidad.

No hay perdón sin lágrimas ni tiempo ” decía mi madre.

Sin dudas que el perdón es el techo del amor.

No es fácil ésta gracia.

Perdonar a aquel que nos ha herido en lo más profundo, no significa un ataque de amnesia.

Significa dejar la ira de lado, tratar de comprender y no dejarse dominar por el odio.

¿Qué sucede cuando uno vive sin perdón?

Recuerdo a mis 20 años una charla con el Padre Antonio, el entonces director del colegio agrotécnico en el cual estudiaba.

Había tenido una bronca con un compañero de estudio y la ira me había dominado ese día.

No podía perdonar la ofensa y no podía dominar la rabia que crecía dentro mío.

Antonio, un gigante calabrés de poca rosca, me escuchó atentamente y me dio una tarea:

“Tomate la semana y al cabo de la misma preséntame un listado numérico de cuántos de tus compañeros consideras “Santos”.

En mi visión de entonces, analicé a algunos de ellos como casi “ejemplos de moral” o espiritualidad, pero consideré que estaban muy cerrados en sí mismos; otros eran muy predispuestos, siempre ayudando al otro, pero con cierta cuota de vanidad en sus acciones.

Los que engrosaban el listado eran los que rezaban y empujaban al resto pero enseguida flaqueaban en la perseverancia. No eran constantes.

Quizá parte de mi soberbia, parte de mi enojo acumulado, el resumen de la tarea encomendada fue que ninguno me satisfizo del todo y lo tomé hasta como un fracaso.

El resultado fue: 0

Al llevarle el análisis al padre Antonio, leyó mis pocas excusas justificando el resultado, me miró, se sonrió y me dijo: Bueno, ahora quiero que me pongas en números a cuántos de ellos consideras mala gente, indignos de estar en la escuela.

Realmente me sentí un poco frustrado.

El resultado al término de la semana había sido el mismo que la anterior: 0

Fundamenté mi informe en que quienes cometían malas acciones era por debilidad y no por maldad; otros no sabían lo que hacían; y otros hacían el mal creyendo que hacían el bien.

Entonces Antonio me miró con esa sonrisa tan típica de él y me preguntó:

Y vos; en que listado te pondrías?

Se levantó de su asiento en toda su humanidad, y apoyando su mano gigante en mi cabeza me dijo; “ Hijo, no olvides nunca que hay tanto de bueno en el peor y tanto de malo en el mejor que es absurdo condenar a nadie ”.

Ya ha pasado el tiempo suficiente como para que tu ira repose y sientas que se ha ido diluyendo.

Busca a aquel con quién estás enojado y si no te salen las palabras, simplemente ofrécele tu mano.

La lectura de hoy me llevó a esa época de mi vida.

Te pido Padre en esta plegaria que me ayudes a aprender a perdonar sin rencor, como resumía mi madre en su simpleza: Con tiempo y lágrimas hasta que cierre la herida.

Uno se siente mucho mejor cuando aprende y se da cuenta que no tener rencor, ni odios, ni enojos dentro de si, no tiene precio. 

LHS