Este poema se cuela
sin pedir permiso,
a trote de caballo
entre traficantes y contrabando,
que, sin temor a la ley,
blanquean sus beneficios.
Me escabullí
por la escalera secundaria,
pude observar el teatro
de tablas carcomidas,
muecas de rostros sin filtros,
ojos cavernosos
sin contenido social en la vida.
Su rictus cetrino
desciende por el precipicio,
estáticas esfinges desafinadas
que se alimentan de las entrañas,
y muerden la carne tierna
sin compasión, sin piedad.
Forcejean con la vida,
chasquean sus mandíbulas
y hasta el espanto se escapa,
las cicatrices no tienen paraguas.