Luis 091

Amigo Leonard

 

Sí, amigo Leonard, no te enfades,
en realidad te utilizamos vilmente.
Ni siquiera nos gustaba demasiado tu música
(éramos más de Mercury y luego de Strummer)
Aunque sí, no lo niego, nos eras útil
para resquebrajar los diques delgados
y suicidas de las chicas en esa edad que a las chicas
se les comienzan a desbordar
los ríos de verano, como los nuestros
-igual de insistentes y furiosos que los suyos-
Sí, Leonard, solo eras una herramienta más,
un destornillador que sacaba los tornillos
sin apretar de aquellos escudos invisibles
sobre su piel y sus muros de algodón ajustados.
Pero no, no te compares al vómito dulcemetálico
de esas guitarras insolentes
o a la arritmia que nos regalaban las salvajes baterías.
Tu voz, vale, tu voz era especial
(la aguja del tocadiscos nos abría e inoculaba
su droga de tristezas genómicas y futuras)
Y sí, también es cierto que se mezclaba
con el oro marchito de la coca-cola seca
y con el atlas de semen muerto,
más alguna lágrima de adorno
descuidada, sobre el viejo colchón común
de aquel piso encima de la carnicería.
Pero te repito, tampoco te las des de importante;
porque tú sabes que todo eso en el fondo
era mentira, que casi todo es mentira.
Entonces tú ya sabías que la juventud
es un tigre hambriento con el corazón de peluche,
y la poesía, la flor fugaz que destila la tormenta,
la jodida gravedad de cierta raza de inadaptados.
Y es que tú, tú y tu música
os quedasteis pegados a mí junto al humo
de esas paredes (hoy seguro repintadas
una docena de veces), y también la tela
de ese sofá y ese par de sillones cómplices
que acabaron sus días en cualquier basurero
que probablemente ya tampoco existe.
Y después, después vinieron otras notas,
otros pisos, otros muros, otros demonios...
Universos que surgían,
se expandían y chocaban entre sí,
incontables universos, que implosionaban
y luego se transformaban o se apagaban para siempre
(llevándonos a nosotros con ellos)
¿Recuerdas cuando nos crecían pantallas
con fondos de mar y colores imposibles
en la mirada, hasta que se fundía la última bombilla,
el último fusible de la luna de turno?
¡Qué puta broma debe ser la vejez, compañero!
Y hoy, con mis botellas de metáforas
resistiendo estoicas y en fila en la nevera,
y en pleno aperitivo de la derrota final,
debo reconocer que cuando un día
alguna emisora o la tele vierten tu canción,
tu voz, al aire,
jóder, se me congela y me arde a la vez
algún líquido desconocido que llevo en el cuerpo.
Pero ya te digo amigo, tampoco te lo creas,
que no eres el único; aunque eso sí,
no lo dudes, viejo cabronazo,
... tú, Leonard, eres uno de ellos.