Volé a Japón
con los ahorros de dos años y medio.
Japón es un país muy especial.
Tokio nunca se acaba.
La gente come y duerme
ida y vuelta del trabajo
en los vagones de los trenes bala
y en sus estaciones.
Su juventud me recordó
a los de nuestra Movida madrileña
Pelos de colores, rebeldes, frikis,
indumentarias estrafalarias.
Adolescentes noctívagos
vomitando en los autobuses.
Sonríen todo el rato.
Los mayores son muy majetes
y te saludan inclinando la cabeza
constantemente.
Las mujeres son tímidas (aunque no todas)
y algunas andan un poco raro
con esos zapatitos tan incómodos
y originales.
La policía es bastante cabrona.
El sashimi está muy rico.
Los templos te transportan a otros mundos
espirituales.
Casi nadie habla inglés.
Les puede el porno morboso del cómic
manga y las nuevas tecnologías.
Hay cuervos gigantes que cuidan tumbas.
Ballenas y delfines tiemblan
cuando se acercan a sus costas.
Todo sucede a mucha velocidad
o el tiempo se detiene.
Es muy caro. Nadie te roba.
Increíbles paisajes naturales.
Hay geisas y la Yakuza,
y lo mejor de todo:
sus poetas
no te incitan a hacerte el harakiri
bombardeándote con cascadas
y cascadas de otoñales,
paseriformes y jodidos haikus
a todas horas, día tras día.