Para salir de esta esfera
recurro a los vértices
de mi vida superflua,
más acá lo de fuera;
me reservo los méritos
de que en el infierno aún juegue
con mi ser interno entero en suspenso
a la espera impaciente:
tu presencia en la niebla
es tan siempre etérea,
confidente en miserias
que vuelven mordiéndome...
Yo quisiera tenerte
guardado un buen sitio a mi vera
pero me pueden los miércoles,
la cólera inmensa
que por dentro se siente,
que a veces impera,
la quimera creciente
de las noches inertes
exigiendo poemas;
pero tu destello es tan tenue
que apenas si llego a perderlo
doy de lleno en sus redes.
En sus asientos ustedes
no pueden creerse
ni un verso
y el terco silencio
teje imperio a sus pies,
eterno lamento
de una mente perversa
que lo tensa
exacerbando esos gestos...
Es la verdad: tanto anegan
dolores inciertos
que muero después;
me temo tu encuentro
cuando ya esté sin fé
prisionero del sueño
que de siempre yo tengo
si se enciende algún foco
de repente en mi senda
y el arrepentimiento sucede,
una nube que eléctrica
hace de nuestra experiencia
muy breve.
Consumiéndose el tiempo
se llevó hasta mi vela
y ahora sumerjo
pensamientos en miel
a ver si asciendo
a otro cielo:
compañeros, recuérdenme
de testigo impertérrito.