En un obscuro rincón de este mundo,
se alza un misterio que nos sostiene,
firme y valiente, aunque no lo creamos,
es el suelo, fundamento eterno.
Bajo nuestros pies, firmes comandantes,
sustentando pasos con su fortaleza,
esos campos fértiles y frondosos,
donde germinan los sueños con destreza.
El suelo, testigo de tantas huellas,
de hombres y mujeres que han caminado,
con sus raíces hundidas en sus entrañas,
nutre la vida que en él se ha formado.
Es cuna de flores y de semillas,
fuente de vida y de colores intensos,
nos otorga alimento y abrigo,
nos brinda un refugio, un espacio extenso.
En sus capas guardan mil historias,
los secretos ocultos de la tierra,
encuentra en profundidad sus tesoros,
vetas y minerales que se aferran.
El suelo, ese abrazo sereno y amado,
nos da sustento con cada paso,
nos aúpa a volar como aves en vuelo,
nos permite crecer sin desamparo.
Honremos su fuerza y su grandeza,
cuidemos su pureza con devoción,
pues sin este suelo en el que pisamos,
nuestra existencia sería ilusión.
En cada pétalo y en cada hoja,
en cada brizna de hierba que despunta,
en cada fruto que florece y madura,
el suelo es vida que no defunta.
Así, enaltezcamos al suelo sagrado,
poema eterno que escribimos al andar,
siempre agradecidos por su abrazo,
porque bajo sus pies, el amor no cesará.