La vieja aldea
estaba como antaño
cuando marché.
Sus casas grises
de piedras centenarias
y erosionadas.
Pequeñas huertas,
pegadas a las casas,
daban sus frutos.
Peras, manzanas,
colgaban de las ramas
junto a las cercas.
Hasta la iglesia,
con torre centenaria
seguía en pie.
Por su tejado
volaban golondrinas
como hace años.
Y tú volvías,
viajero de la vida,
a por recuerdos.
Te estremecías
al ver que allí, la vida,
sigue latiendo.
Y que el poema
que tanto has añorado
está en tu tierra.
Tierra de versos,
con sangre y con sudores
de tus ancestros.
Tierra de amor
que guarda mil suspiros
inolvidables.
Rafael Sánchez Ortega ©
19/09/23