Cuando me perdí a mi misma,
pensé me aferraría a la luz, a alguien.
Nunca creí perderme aún más.
Aún más en letras borrosas,
en palabras deshechas.
Me extravié entre notas musicales y poemas,
entre frases sin sentido y pensamientos de imprudencia.
Estaba perdida y deseaba amar,
(o que me amaran, quizás)
(o solo vivir tal vez)
(probablemente solo deseaba entender)
Entender sentimientos, pensares, caminos.
Entenderte a ti, a él, al amigo.
a cualquiera que no fuera mi mente sin sentido.
Y estaba perdida, pero por fin tenia un hogar,
un refugio, mas que eso, una razón para estar.
Comprendí que mi virtud era perderme, pero entender a los demás.
Que mi destino era la locura, pero debía quedarme y luchar.
Pelear ferozmente por amar, por expresar,
por transmitir emociones vacías (o llenas quizá)
Y hablando, escribiendo, encontraba mi lugar.
En el arte inocuo, sereno y eficáz.
En el arte esclavizado, pisoteado y absurdo.
En la expresión reprimida, sigilosa e irracional.
Porque mi razón no viene de la cabeza
y mis decisiones no las tomo solo de pensar,
mi fuerza, mi inspiración y mi riqueza,
nace de adentro, del corazón.
(Y aún apuñalado y amorfo)
Esa era mi razón y el arte, mi salvación.