Tú, hermosa semilla, dejada en tierra,
se podría esperar que te secaras,
como todos aquellos que te rodearon,
voltearte, darle la espalda al sol,
y cubrirte del rocío,
esconderte de la dulce lluvia,
negarte a saciar tu sed, hasta perecer,
hasta perecer.
Pero tú brotaste, germinaste,
en tierra infértil y seca diste un vástago, un vástago de vid.
Qué alzó su rostro al sol,
Bebió el rocío,
se bañó en la dulce lluvia,
busco refugio, busco saciar su sed.
Y en lamento de la hora de oscuridad,
en la hora umbría,
buscó consuelo en la luz de la eternidad.
Hermosa semilla que en lo yermo creciste,
que al mal resististe, sin quebrantarte,
en esta hora te canto, en una hora te lloraron,
en una hora te lloré,
en esta hora te recuerdo,
aunque no te llegue a ver,
en esta hora te recuerdo,
en la hora en la que fuiste tomada de esta tierra,
lo lograste, vives ahora, y para siempre,
en el jardín de la eternidad, en el jardín de tu Señor.