Luis 091

Seis coches y 19 ITVs después

De aquellos años recuerdo
las gaviotas y los helicópteros invisibles
volando entre nuestras cabezas,
la extensa red de autopistas al infierno,
un ángel con medio tupé y chaqueta de cuero (de copiloto)
y alguna que otra princesa embarazada
expulsada del paraíso.

También recuerdo el generoso silencio de los muertos de entonces,
la lava y su incipiente ceniza
enquistando en mis cortas venas de plata
y piel de algodón. Tsunamis de espuma
salpicados con brillo de labios
-y su solfeo ensordecedor- en las tardes
y cervecerías del distrito de Moncloa.

Seis coches y 19 ITVs después.
Cien lunas rotas en los arcenes
de alguna dimensión perdida
junto a mil doscientos gramos de poemas
con olor a rueda quemada.
Resulta que ya sé rendirme sin dolor
antes de volcar definitivamente el mundo sobre el éter
de la frígida y suprema desilusión;

y resulta también
que al fin he aprendido a querer sin aritméticas,
a contraviento y bajo un ejército de pararrayos.
Que ahora estoy en pleno curso de vuelo
sin plan de vuelo y con las alas gastadas.
Aunque por razón de impudorosa rebeldía
(o mera supervivencia de ese último mohicano
que habitó mi antiguo continente Orgullo)
todavía dudo del modo ideal de aterrizaje.

Y añadiría además
que ya casi sé volverme eclipse
sin deslumbrantes apagones de medianoche
ni sobredosis de antiácidos.
Que descubrí que hay vida (aunque mucho más aburrida)
después del planeta Juventud.

... Que aquella carretera interminable,
sin radares, peajes ni apenas gasolineras,
con su heterogéneo paisaje
y sus fantasmales pueblos atravesados cada puñado de kilómetros,
tenía un final tan cristalino
que quejarse ahora
solo sería un imperdonable ejercicio de hipocresía
y autoengaño.

Y que no, compañero,
que nunca llegamos al horizonte
soñado,
(si acaso, brillamos en algunos tramos del viaje)
¡nada más ni nada menos!