Caminaba sin pensar.
Era imprescindible sofocar el ardor que como lenguas de un sol desesperado, arrasaba con todo lo que encontraba a su paso.
Una ráfaga solitaria sacudió su gorra volteándola unos metros detrás suyo.
Quiso creer que aquello era una señal, por lo tanto decidió seguir su camino, algo más resultaba perdido.
Pensamientos mezclados con deseos de un orgullo de soberbia no le permitían dejar de achacar su mente.
Pasos hacia un lugar que no tenía destino, ese ayer que flotaba en el aire enrarecido, no obstante el sol despejó toda nube que atinó reaparecer; no podía detenerse, y no debía continuar sin hallar solución.
El reloj de las horas pasadas refunfuñó al emitir sus campanadas, como un grito sordo de compulsión frente a la impotencia quizás auto-provocada por aquella inhibición adquirida.
Una vez más, la discusión tornó en imposible un intercambio de posiciones, distantes y heterogéneas, fuego y agua, negro y blanco.
La única puerta clausuró la luz.
De los arrepentidos crecen las tristezas, no es posible volver sin haberse marchado.
El regreso tiene doble filo, la venganza o el perdón.
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