Con la luz radiante de sus ojos,
como arpón desgarró mis adentros…
y destrozó mis vísceras sin compasión…
Y yo, impetuoso marinero,
que a su nave le entrega su vida con pasión,
le di mi corazón, para después
naufragar en el inmenso océano del amor.
Y naufagué sangrando de los pies en una isla de coral
acabando como un cordero, preso;
atado en un altar, esperando su deceso…
Ingenuo y fatuo amante, me arrojé cual ufano navegante,
como todos aquellos que así nos entregamos
con entereza, con pasión… Todo lo damos;
aunque perdamos todo...
Aun sabiendo que el paso de los años
jamás podrá borrar la potencial herida.
Pues su mirada fascinante se hizo parte de mi anatomía,
y así dejó en mi corazón la cicatriz marcada para toda la vida.
El dulzón de sus besos que yo amé sin medida,
amargaron mis días y con su miel
dejaron a mi vida por siempre envenenada…
Fui oferta para un dios de piedra, el dios del amor;
aquel que no siente nada por sus presas;
igual que tantos otros seres que no tienen corazón…
*