Un ruego y mil razones,
que las bombas nucleares
lleven cargas de alegría,
que las bombas repartan suerte,
que las bombas sean de plastilina
para moldear corazones.
Deseo, el alma me arde,
una tierra invadida
por corrientes de aire,
que lleven,
de unas a otras partes,
la paz que nace,
allí donde los seres humanos
crecen
en deseables valores.
Deseo que avance,
el amor y la ternura,
la solidaridad
brotando a raudales,
la risa en las mejillas,
en los ojales
de las chaquetas blusas
y mantones
rosas que señalen
que las bombas son para los pueblos
el infierno que buscamos
allí donde solo existe
el odio que en vida mata
a hombres y mujeres.
Que ya sabemos
de Hiroshima y Nagasaky,
y de las bombas nucleares
\"Little Boy\" y \"Fat Man\"
destruyendo lo que pillaban por delante,
convirtiendo a esas dos entrañables ciudades
en amasijos
de incandescentes minerales,
cuerpos desintegrados
y muertos vivientes errantes.
Todo fue bien servido al instante
por excelentes comediantes.
Alguien dijo: ¡lancen!
y recibió en premio,
por su ciego coraje,
muchos homenajes,
medallas y galones,
tartas y cajas de whisky
curado con mimo y arte
en barricas de viejo roble
de los bosques franceses de Allier.