En la peli de la noche los soldados de Alejandro Magno mueren por trigésima vez.
Abres otra cerveza y enciendes un cigarrillo
-es la penúltima y cándida forma de rebelarte contra la correcta
y adecuada imposición de tu mundo-
Adecuado, correcto..., son palabras que ya chirrían en tu mente,
terminología sagrada que te ha acompañado durante toda la vida.
Lo bueno es levantarte a esa hora en que hasta los gallos roncan.
Lo bueno es no tocar demasiado los huevos al prójimo.
Lo bueno es asegurar el futuro
-para que cuando te mueras dejes un montón de futuro a tus herederos
y todos digan lo gran tipo que eras-
Y no solo eso. Porque la virtud,
desde niños, sabemos que también tiene sus clases:
Notable es peor que sobresaliente
(porque si no sobresales solo serás un triste voyeur en el harén de los mejores)
Notable es más que un bien
(porque bien solo significa asomar la nariz del redil de los mediocres)
Bien es más que suficiente
(porque lo suficiente solo sirve para salir del paso)
Insuficiente es ser definitivamente inadecuado e inútil para el juego.
Y toda la vida queriendo hacer las cosas bien,
incluso mejor todavía, y sin saber cómo ni por qué.
¡Y que el amor es lo más importante del mundo!
Y tú siempre quisiste amar,
y además te ponen como un tigre las chicas de piernas largas,
pero a las chicas de piernas largas les ponían como tigresas los chicos que solo amaban sus piernas largas.
Lo segundo más importante del mundo es una casa en una parcela de 1000 m2.
¿Alguien sabe cuántas toneladas de felicidad caben en una parcela de 1000 m2?
Pero la felicidad necesita vallas altas con concertinas y espléndidos eucaliptus que te separen
y te protejan de la vista y los ruidos
no previstos de toda la molesta infelicidad del universo.
Porque la infelicidad es una enfermedad contagiosa
y el mundo corre el riesgo de convertirse en una gigantesca ciudad de putos zombies infelices.
Y quizás los gruesos y frondosos eucaliptus de una parcela de 1000 m2 los repelan.
Y también la visión de una piernas largas (a ser posible con medias de Prada)
les produzca a los jodidos zombies un inesperado y letal cañonazo de felicidad negada
que les arranque para siempre sus feas e infelices cabezas.
Y has de vigilar tu espalda y tu nuca,
y poner alarmas, y perros de raza peligrosa a pares en el jardín, y línea directa con la policía,
con tu dios y con el ejército,
por si una noche de luna llena se cuela en la casa y te muerde
la inhumana infelicidad (esa que ya no tiene cura ni antídoto)
Y súbitamente empieces a lagrimear
la trigésima primera vez que rebanen el pescuezo a un soldado macedonio
-que seguro tenía una pobre madre macedonia esperándole en alguna pequeña aldea de la antigua Grecia-
Y te quieras morir sin haberte terminado la cerveza,
y te quieras evaporar entre las dalias
añorando aquellas piernas largas y juguetonas
sobre tu sofá y tras haber consumido el cigarro...
O cuando de repente salte una luz roja e intermitente entre los callejones de tu feliz cerebro
mientras, afuera de la casa, los eucaliptus comienzan a aullar
un terrible olor a gasolina y a leña.