La verdad va muy adentro dónde se encuentra el recuerdo,
¿Quién dijo basta cuando todo faltaba por hacer?
Los vientos nos llevan hacia el más allá de las ideas y nos confunden con semillas,
listas para germinar.
Hay veces que de nada vale ser un árbol que no puede caminar,
el tiempo va pasando como quien no quiere oír, a pesar de las penumbras,
que nos acompañan en ocasiones, algunas para no dejarnos nunca, en este viaje
corto, de lecciones de amor.
Quien nos inspira a ser mejores, a veces son los gorriones que no se dejan coger,
o tal vez la madrugada y un beso que llegue al atardecer. Nunca está limpio el camino,
nadie sabe su destino, y quien lo sabe se acobarda y no puede ya cumplir,
y deja de decidir por sí mismo, su armonía se trastoca y no puede ya dormir.
¿Será funesto pensar en la vida eterna, en la transformación del ser?
Conquistando compañías, en vidas paralelas en ecuaciones sin fin, donde el tiempo poco
existe y el espacio, es el compás de una canción, por la velocidad de nuestras ideas.
Sería gloriosa la vida con los ojos bien abiertos, y los pasos largos para llegar donde no puede
el ocaso cuando el Sol se va.
Está lista la campana de la iglesia construida en el centro del desierto, para animarnos a llegar al más allá, o quizá el más acá, dibujando una tormenta de nieve ausente de color,
pero que la luz traspasa a placer y nos invoca a llegar más lejos, hasta el último lugar del universo, o a lo mejor, hasta este verso que no quiere morir.
Libre de teorías, amante del hacer y del entender, es mejor subir tu propia montaña, y plantar
una bandera en la cima, quien no se anima a construir su verdad, se queda en el desvío de la vereda,
y se enreda en sí misma, y no crece en sincronía.
No creo en profetas que no han vivido su fé, y que al tomar un café, no se transporta, y demuestra su aporte de cortesía al ver a una mujer, y disfruta su cuerpo y entrena su olfato con el perfume femenino, que nos llega a contraluz, que es un divino apetito donde no existe la virtud.