En un mundo de palabras, la blasfemia se alza,
Un susurro envenenado que el alma desgarra,
Palabras que hieren, que causan dolor,
Desafío al cielo, profanando su honor.
La blasfemia, un eco del pecado humano,
Una rebelión insolente al divino plano,
Desafiantes palabras, llenas de desafío,
Provocan la ira, el juicio y el vacío.
Pero, ¿quién decide qué es blasfemia y qué no?
¿Quién tiene el poder de juzgar, de imponer su voz?
¿Es acaso el hombre, con su limitada visión,
Capaz de discernir la verdad y la razón?
En el vértigo del lenguaje, la blasfemia se desata,
Palabras desgarradoras, que el alma desbaratan,
Pero quizás en el caos, en ese abismo profundo,
Se esconde un despertar, un mensaje fecundo.
Porque en la blasfemia yace la disidencia,
La negación de lo establecido, la resistencia,
Es la pregunta incómoda, la voz desafiante,
Que nos invita a reflexionar sobre lo que antes era sagrado y distante.
Entonces, ¿no será la blasfemia necesaria,
Para cuestionar las verdades que nos atan y aprisionan?
A través de la duda, de la negación irreverente,
Podemos encontrar la luz que ilumine nuestra mente.
Que cada blasfemia sea una oportunidad,
Para explorar el infinito, la verdad,
Que no sea una ofensa, sino un llamado a pensar,
A trascender lo establecido y a crecer sin cesar.
En el lienzo de las palabras, la blasfemia se dibuja,
Un recordatorio de que nada es absoluto, nada es la cumbre,
Que en el misterio divino, en el enigma eterno,
La blasfemia puede ser el inicio de un nuevo invierno.
Así que, en lugar de condenar la blasfemia sin más,
Abramos nuestras mentes a su potencial de libertad,
Porque en el choque de ideas y creencias diversas,
Podemos encontrar la sabiduría que nos sumerge en cadenas de poesía universal.