Helado desierto tiembla cayendo sobre su sombra
el eterno padre tiempo en la imantada carne presa
de incendiada sed de anhelos.
Amarillenta corola de flores que pierden sus profundas raíces
en muchos besos y caricias que suman para el abismo,
para el tenue agiteo de alas qué se torna en cantos bellos
y por un instante
viven en su cáliz: la esperanza, el amor… la vida.
Tristísima aflicción que solo al evocar logra consumar
su pasión y hacer que su agonía se apague en breve lapso
más solo logrará mitigar su martirio el arcano clemente y frío
que permita transitar del día a la noche
saltándose a la imprudente tarde que grosera nos despierta
a la realidad del sol quemante que nos agobia
sin que haya un mendrugo para el hambre voraz,
o una gota para tranquilizar la guerra
en que nos mantiene en vilo tanta espera.