Recorrí
la Plaza.
El atardecer
reflejaba
hilos de oro
en las hojas
de los árboles.
Las flores multicolores,
adornaban
los canteros.
Unos niños,
con sus mamás
observadoras,
recorrían
el patios de juegos.
El canto de los pájaros,
eran la música
del atardecer.
En un banco
de mármol,
cerca del jacarandá,
una pareja se abrazaba,
ajenos a todo.
Al salir
de la Plaza,
emergí
de ese mundo
mágico
y me sumergí
en la Ciudad
palpitante.