Bebía luminosas sus palabras
y en los labios partidos por el frío
coagulaban los ecos del rocío
al conjuro de sus abracadabras.
Encontré su edredón sutil tejido
enhebrado con los soles del deseo
y me sentí un rey casi un Teseo
sabiéndome sin ser: el elegido.
Su palabra: caricia que me calma
el cordel en el viejo laberinto
(que un dédalo interior fundó en mi alma)
y el hada protectora de su instinto.
Es su verbo un agua incandescente
el pan del corazón y de la mente.
Estamos frente a frente
pudiéndonos tocar con el aliento
como si fueran besos: en el viento.