José Luis Barrientos León

Noche de oscuridades absurdas

 

Insistimos en actos de fatuidad no solicitados,

como si fuésemos una especie de necios,

que ensanchan el tórax,

para hacer brotar la obstinación,

por una boca descarada abierta de par en par,

obligada a la esclavitud de lo absurdo,

de nuestra armadura vacía y desgastada.

 

Pareciera que nos hemos distraído de la ternura,

que nuestros labios gélidos olvidan los besos,

y que las caricias se convierten en trapos tristes,

cubriendo las noches con velos de olvido.

 

Acumulamos el cansancio de un corazón apretado con un nudo,

apoyado en los músculos que sostienen la ironía,

como si las almas cambian a cuerpos, olvidando la vida,

entregándose a la nada de brazos inmóviles,

de ojos cerrados y latidos estáticos.

 

Seguimos insistiendo en vano,

aferrándonos al silencio,

como si el amor quedará negligente,

prendido del tiempo,

cubriéndose de moho, adherido al mutismo,

es la obstinación del hongo,

que crece en las paredes obtusas de la soberbia,

 

Es preciso despertar cuanto antes,

aunque fuese exhalando,

suspiros leves de recuerdos,

de cantos de cigarras,

o tardes de desvelo desnudos entre sábanas.

Es preciso abrir los ojos y contemplar las almas,

porque los sentimientos no son reciclables,

y el corazón no guarda lencerías.

 

Es preciso iniciar de nuevo,

y escuchar el canto de la mañana,

porque la hoja del árbol no negocia su caída,

y la rosa del campo no oculta su aroma,

porque los dedos no son piedras insensibles y frías,

ni los brazos son aceros rígidos y glaciares,

porque la boca no despierta llena de maraña y zarzales,

y mi vida no es vida sin la sonrisa de mi amada.