Anclado, tierra abajo,
sol disparado, como emplazado
a temas oblicuos; esas tiernas
avalanchas de nieve, con sus voces
deterioradas, donde sueñan
largos tediosos ritmos cualquiera.
Sí, incrementando el sonido
de los estanques, su murmullo de hoja
seca, apaciguada en los estuarios.
Ya tierra abajo, conforme a decreto
de vida, sustituido por tantos, en longevidad
de lágrimas, el llanto tan oportuno
esa efímera repercusión de la caja torácica.
Tórax, alrededor del ensueño, y lo que aprieta
nervios y convulsiones. Ah, vida,
espacio sustrato de energías deplorables.
Sigo aquí, fijo en un punto inmóvil.
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