Luis 091

La odisea del viejo Gulliver

Resulta, amigo,
que un día de repente
te han crecido los enanos,
y también te ha crecido el coche,
la oficina,
las superficies comerciales,
la pantalla del televisor,
tu bola de cristal,
los terremotos a deshoras,
los fiordos del disco duro,
el botiquín de casa
y la casa entera.
Y ya no solo eso.
Y es que, a la vez, en un instante
(como visto y no visto)
te han encogido el chasis
y el motor de despegar,
el depósito de gasolina súper
y esa chistera sin fondo
de los sábados noche
-rotulados hoy de deja vu-
Ahora eres una hormiga escapada de la fila,
sola,
desubicada,
en un jardín rebosante de arduras jurásicas,
emoticonos hambrientos
y hormigueros de pago.
Un ratón desafiante y desafinado,
todo compungido
(y un poco cabreado)
con ataques de irracionalidad ratonil
y lleno de pulgas,
entre una manada de elefantes
que no existen (según tu psicólogo)
Y es que sin darte ni cuenta
también te han crecido la sombra,
los fantasmas insomnes
y las cicatrices de tus alienígenas
revueltas de campana.
Como a la par te encogieron
aquellas memorables uves en mayúscula
de tu indeformable
reino previscoelástico,
la despensa de munición
para las batallas perdidas,
los sueños despiertos en alguna parte
o aquellos trenes mágicos hacia ningún sitio.
... Y como siglos atrás
los jeans rotos,
Joan Manuel Serrat,
los Picapiedra,
el sex, drugs & rock&roll,
el Alquimista
y su puta madre.
Resulta que ahora eres
un triste y resabiado iceberg andante
con fiebres boreales y un titanic
clavado en la espalda.
Un gran iceberg menguante
escudriñando una paella multicolor
en el chiringuito de enfrente,
mientras el sol, las olas
y un grupo de jóvenes sirenas
con la brisa a favor
y el corazón de punta
relucen felices
acaparando la arena
a ritmo de rap,
y -sin casi mirarte-
te llaman de usted,
ponen las largas
y te piden paso.