La tarde alumbra
a la certeza de los campos,
esos que laten y muestran
lo que hay dentro...
La iglesia altiva ve
como cae su noche
donde un manto estrellado,
llamado Dios,
nos recuerda la inmensidad
que tejemos desde dentro nuestra...
Pues si no la observamos,
no existe.
No se crea.
O quizá sí
dicen los muertos.
El corazón palpita
a este ambiente colorido.
La sonrisa del sosiego
después de duro trabajo
no necesita más que fundirse
en el encanto almohadillado del latir...
Miradas clavadas embriagadas
ante esa belleza inexplicable
que esculpe el alma...
cuando la mente entra en calma.
Pozo de paz siempre lleno
donde me reflejo,
donde me refresco
y bebo
del emanar de su tierra;
fuente que el cielo dio,
este dios
que ya enciende sus antorchas,
lo que soy
o a lo que pertenezco...