Elogio a Eloísa
Artífice Eloísa, goza la melodía;
el alma está pálida, la noche sigue fría.
Los amores recorren el tórrido nupcial;
besan, y aman, y lloran... sonríe soberana,
sonríe, que hoy navega la piéride italiana,
sonríe ¡oh, canéfora!, consigna celestial.
Los fieros vencedores esperan la sorpresa.
Es ágil les ha dicho con tono de promesa
el alba acariciante del peplo usurpador.
La niña es Artemisa, susurran bandoleros,
la niña es una diosa, replican guerrilleros;
la niña... no, no es niña, saluda el ruiseñor.
Entonces, ¿quién es ella que irradia con belleza?
Se peina y se despeina, penetra la cabeza,
¿quién es ella, mi cielo? Pregunta el serafín.
Ayer, estando sola, yo fui hasta su ventana
y pronto me detuve con la celeste diana,
que daba a aquel momento su lírico violín.
¿Qué has hecho? Dice el cielo. Yo nada, dulce padre...
¿qué has hecho? Te pregunto. Le juro por mi madre...
no más yo me fui a verla... magnífica intención...
Artífice Eloísa, ya han visto tu hermosura;
el día tan longevo, la noche tan obscura,
ahora formas parte del gélido escuadrón.
¿Que quién a mí me ha visto? Solloza todo el día...
yo soy la bandolina llamada «Melodía»,
no puedes castigarme, viviendo yo con él...
¡Oh, padre eso es injusto! Sojuzga el ciudadano.
La culpa, amarga culpa, condena al buen cristiano,
la culpa no es de nadie... pues, la culpa es una hiel...
Y, si algo le hace falta, dulce sorpresa mía;
artífice Eloísa, goza la melodía...
Samuel Dixon