Mi tierra es como un vergel florido...
Es una selva asombrosa y colorida.
Es una jungla con máscara de paraiso terrenal.
Es rica y pobre. Repleta en paradojas.
Es como la mujer, como una rosa.
¡Cuidado con la espina de su tallo!
Esconde en la maleza adornada de flores,
a serpientes venenosas, traperas
y a escorpiones detrás de cada pedernal.
Repleta de misterios es mi tierra.
La vida se celebra y se desprecia...
Aun en la misma cantilena,
se le canta a la mujer que lo ama,
y con la misma canción, le llora a aquella que lo abandona.
En su oración, el bardo alaba dulcemente a su creador.
¿Cual de ellos, no lo sé… Nadie puede afirmarlo.
¿Quetzalcoatl, Tonantzin, o Cristo rey, el ungido?
¿Qué sé yo? ¿Quién lo sabrá? ¿Quién podría decifrarlo?
Si a la vuelta de la esquina, los desprecia a todos con ufano furor.
Nuestros hombres se destruyen entrambos.
A diario se hieren, se lastiman en una simple trasnochada,
o en una fiesta baptismal...
Su realidad es simple, pero cruel... Se asemeja a los dioses.
Se vive sin saberlo encarcelado en un fatalismo despiadado;
En una real dualidad, como la realidad del amor y el desamor…
Al vernos, hasta los fieros dioses del Anáhuac se llenan de pavor.
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