Nació con un pan debajo del brazo.
La partera lo extirpó por razones de protocolo e higiene social.
El niño murió de hambre por falta de cobertura.
A alguien se le antojó ver los padres llorar.
Necesito colgarlos boca abajo,
Llenarles sus pequeños orificios de algún metal líquido y frío.
Que galgos enormes vengan por sus flácidos tentáculos.
Someterlos a sus propios tormentos.
Así conviene tratarlos, pero con calma,
que nada perturbe.
Algo extraordinario debo saber hacer con tanta maldad.
Cuando me pregunten el porqué,
responderé como ellos:
no lo sé.
Si alguien se enoja conmigo,
no es que anhele tempestades en pecho ajeno,
mi curiosidad es juguetona,
como niño que ansía entender.
En el torbellino de la vida,
nunca imaginé el misterio que me enloquece.
Y ahora,
busco adentrarme en su esencia.
¡Cómo un alma sobrevive
al capricho del corazón sin destripar su latido!