Aún recuerdo
uno de mis primeros sueños:
ser poeta.
Describir aquello que hay
detrás del lucero,
el albor de una luna creciente
sobre un manto negro de estrellas.
En estas noches
encuentro mi remanso meditativo
y los luceros me hacen descubrir
aquello de lo que soy cautivo.
Soy un templo lleno de palabras
a las que mi ser da sentido,
las une cual rompecabezas
y yo, luego, perfilo.
Puede que sea el aura
del día que yace muerto,
el azul del cielo
que ya ha perecido.
A la noche saludo satisfecho:
Puede que tenga que perseguir mi sueño,
que ese sea el cometido.
Rozo los tejados del pueblo
a lomos del silbido del grillo.
Miro a la nada
y espero…
a que me escriba,
a que arranque de este corazón, deshecho,
lo que el alma le dicta a escondidas.
Inspiro profundamente
y saco a mi niño de adentro.
Le doy en una cajita
el corazón que se burla del tiempo.
A jugar yo quisiera volver
con mi padre en la romería,
a creerme un buen portero
de esa pelota roída.
El olor a paella
y su figura moviendo el caldo
llevo en mi adentro,
imborrable.
Y, aunque me creáis un loco,
sucediendo está
ahora
en otro universo,
entre estas líneas.
Desidia: \"Quiero rendirme y dejar de escribir”.
Niño: \"Mas he nacido para esto,
aquí, dentro
lo puedo sentir”.
Me alivia y engrandece estas palabras redactar.
Son el néctar con el que hago la miel en mi panal.
Soy portador del mensaje
de estos luceros titilantes
que velan una luna de males ignorante.
O puede
que todos sus cráteres
sean las lastimeras plegarias
de eras de sufrimiento humano
que mirándola fijamente
han querido hallar consuelo
como si ella, humildemente,
pudiera sacar sus anzuelos.