Tras de los talones
entre bambalinas tenues
contrariando el vaso común
la orquídea negra que devasta
el corazón inquieto por la saciedad;
es la abertura de un dios que falsifica
sus estruendosos tímpanos maléficos
dentro de un cubo metálico
con vísceras de conejo.
Tras las largas bahías insondables,
ejecuciones en masa, latitudes sobornadas
porquerizas del porvenir
metido a cura antes del sacerdocio
los oscurantismos me protegen
con cansancio de negro semillero.
El silencio, norma acuática,
de nombre impronunciable,
de resguardo, la colmada colina,
el lirio que moja mi espalda
de orillas perfumadas, continentes
con hojas y estrías, círculos concéntricos
del aire y su bálsamo nocturno.
La amarilla sensación de fustigar las columnas
pétreas miradas, colmillos reiterativos,
donde el odio esparce sus semillas convergentes y
Dios predica en un desierto de Arizona.
Repaso todo esto, su metódica insolencia,
la consecuencia del milagro en los zarcillos,
mi mitad de cielo oscuro, el contenido de un labio,
que brilla pues hay paciencia, hay encanto
y ese sumergido anillo
de atrofiadas manos.
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