En el libro de la vida, en sus páginas doradas,
se teje un relato, de luces y sombras pintadas,
un viaje profundo por experiencias grabadas,
donde la sabiduría y el tiempo danzan abrazadas.
En sus hojas, la vida brota y florece,
como árbol ancestral, su savia enriquece,
testigo silencioso de cada paso que acontece,
en su tinta, secretos que el alma estremece.
El lector, curioso, busca en sus letras senderos,
explorando caminos, desvelando misterios enteros,
en la tinta, sueños y pensamientos sinceros,
un rincón donde el conocimiento se hace verdadero.
El ciego, con dedos ávidos, en braille descubre,
las historias, las pasiones, el amor que conmueve,
en palabras táctiles, su ser el libro envuelve,
y el silencio se llena de mundos que a él le conmueve.
El sordo, en signos, el mensaje percibe,
las palabras en danza, en su mente se exhiben,
en el gesto y en el silencio el saber se inscribe,
y en la expresión, mundos y emociones se describen.
Pero pobre aquel que las letras solo leen,
sin comprender el mensaje que el libro contiene,
pues la riqueza en las páginas no reconoce ni ve,
hasta que en su corazón la comprensión germina y retiene.
Mas pobre aquel que lee sin comprender,
las palabras fluyen, pero el significado se pierde,
la riqueza del libro no puede comprender,
hasta que en su corazón la sabiduría no siembra y crece.