Tú, señor del lavavajillas y la recta,
alma cándida del sofá y rey de sombras;
bello durmiente de la galaxia
y los parches reconfortadores.
En qué cruce extraviaste la noción de ti mismo.
Dónde la arena y los planos originales del sueño.
En qué canal te quedaste a vivir,
en qué zapatos sembraste montañas,
en qué bragas buscaste el cielo.
Y todo para acabar vomitando
la biblia de la televisión por cable,
para tapar el horizonte con el ombligo.
Y si nunca te batiste con el desparpajo de un dragón,
si en la vida lloraste a tumba abierta,
si jamás resucitaste cien días por semana.
Ya sabes que los para siempre son mentira
y que la mentira aliñada
sabe a tarta de frambuesa y polietileno
(pues eres el protagonista de tu propio cuento)
Por qué soñar con días de lluvia
si puedes ser la lluvia entera.
Ay, triste y valiente pusilánime,
si no sabes llevar un volcán bajo la piel
a qué te metes en camisas de altas cumbres.
Porque en un mundo a golpe de silencios y tambor
has de plantar guitarras eléctricas en la sangre,
guardar playas de coral entre los dedos,
perseguir rincones desandados y desnudos.
Nunca los rinocerontes lucieron cascabel,
nunca las águilas vistieron banderas
ni amaron en calcetines.
Te creíste dueño del tesoro,
te pensaste amo de las llaves y no caíste
en que las llaves son solo entretenimiento de peces,
simple excusa de portero
en el edificio de la avenida de los espejos,
en una casa sin resquicios ni puertas de salida.