Sentado en mi butaca virtual,
donde día a día distingo quién soy,
una disquisición, asomó inciertos
hallazgos desconocidos del cerebro.
Una voz, que aguda algunas veces,
rompe las cuerdas de mis verbos ácidos;
otras, vocifera ronca y hormiguea
entre las calles, buscando reaprender.
Son notas y trovas, que han aparecido
de pronto en mi piel y sin explicaciones
me han vuelto un esqueleto pensante,
en una definición afiebrada del canto.
Símbolos astrales y terrenales,
que subyacen en todas las miradas,
tenaces para buscar misterios del alma,
que infinita, está serena tendida en mi mano.
Es la semiótica de una poesía espesa,
que recubre las áreas adversas, inconexas
en una trayectoria de oraciones sin vuelo,
que se queda en aprestos y voluntades…
Un verbo que no tiene la altura genial
para elevar un canto a las estrellas
y reconectarse con el ser divino
y terreno, que llevamos dentro…
Falta una actitud para una huella final
que abra el camino a un sueño
y sellé los misterios de un universo
que alcance para todos por igual.