Hay mañanas con las que una amanece con ganas de apagarse.
Existen otras,
mañanas en las que una se levanta sin ganas de perdonar,
perdonar y perdonarse,
por aquellas llamaradas que han incendiado y nos han incendiado,
y a su vez, las llamaradas en las que una también ha quemado.
Como si fuéramos pirómanos de la destrucción de los unos hacia otros.
Hay mañanas que una quiere extinguirse.
Por los errores del pasado,
por las heridas que se han quedado.
Pero comprendo que el ayer es una historia imborrable que reafirma el hoy,
y el mañana una sustancia inasequible de la que nunca se sabe.
Existen otras,
mañanas en las que
¡por la bendita gracia de Dios se ha perdonado!
y a lo sumo, una también se perdona.
Pero ahora he entendido que,
perdón no es sinónimo de olvido.
Porque hay mañanas con las que una se levanta con eso en la cabeza,
y eso en la garganta.
Y no hay ser humano con el que una pueda entenderse.
Entonces me pregunto.
Qué es el perdón
Esa llama que se consume, pero no se extingue.
Velitas de pastel que, aunque una quiera cuando desea, no se apagan.