La vi magnificente, con esa su mirada
que tiene los reflejos del alma apasionada,
que viste la llama de amor;
Traía en sus pupilas, la estela fluorescente
que vibra con ensueño. vivaz, incandescente,
de místico y regio fulgor.
Portaba su sonrisa la música divina,
que tiene en sus arpegios la nota cristalina
del dulce y celeste violín;
sus formas ondulantes, perfectas y febriles,
forjadas por Hefesto de argentados marfiles,
manaban pasiones sin fin.
Sus ojos soñadores, azules y profundos,
radiaban los ensueños mas tiernos y profundos,
con mágica luz celestial;
sus labios exquisitos, carnosos y sensuales,
lo mismo que los versos de regios madrigales,
vertían su miel sin igual.
Su cuello, cual la copia del cisne de Darío,
portaba interrogantes de amor y desvarío,
que abrigan misterio febril;
y en toda su figura brillaban los excesos,
de mórbidos deseos, ardientes y traviesos,
que atrapan de forma sutil.
Vivimos esa tarde, sublime y bella gloria,
que escribe de pasiones ferviente y dulce historia,
bordada con rayos de sol,
y fueron nuestros cuerpos volcanes desbocados,
lanzando llamaradas, de afanes exaltados,
con luces de excelso arrebol.
Autor: Aníbal Rodríguez.